Por Iñigo Pérez de Rada
Estandarte de la Partida de Palillos
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RESUMEN
Cuando Don Fernando VII fallece en 1833 deja una España dividida en dos
amplias facciones, los defensores de su hermano el Infante Don Carlos
María Isidro, partidarios de una patria católica, tradicional y foral, y
los de su hija Doña Isabel, inclinados hacia una nación centralista que
emprendiese un aperturismo político-económico conocido como
“liberalismo” y que se estaba imponiendo en Europa. Esas dos formas
antagónicas de entender la sociedad iban muy pronto a entrar en
conflicto, que desembocaría en una virulenta y cruel guerra conocida
como Primera Guerra Carlista (1833-1840).
Si bien el devenir, organización y acciones de los primeros, llamados
“Carlistas”, ha sido pormenorizadamente estudiada en sus zonas de
actuación del Norte –Navarra, Vascongadas, Cataluña y Maestrazgo- de
alguna manera ha sido silenciada u olvidada su influencia en otras
regiones de España donde tuvieron gran pujanza, como es el caso de
Castilla la Nueva.
Y dentro del Carlismo manchego de la Primera Guerra, la Partida
levantada por los hermanos Rugero, más conocidos por su alias de
“Palillos”, destaca singularmente entre la pléyade de adalides de la
Tradición y defensores de los derechos dinásticos de Don Carlos.
Con este trabajo queremos reivindicar la memoria de un grupo de
patriotas que si bien fueron encasillados por la historiografía de los
vencedores liberales como crueles y sanguinarios, no hicieron otra cosa
que defender la Causa que creyeron más justa, siempre en desventaja.
Muchos derramaron profusamente su sangre, arruinaron sus haciendas,
tomaron el camino del exilio o murieron luchando por ello.
SUMMARY
When the King Fernando VII died in 1833, he left a broken Spain, divided
into supporters of his brother Don Carlos –known as “Carlists”- and the
ones who fought for the pretended rights of Isabel, daughter of the
former. The two forces went into conflict breaking up into a cutthroat
war which was called “First Carlist War” or “Seven Years War”
(1833-1840).
Although it is today well known the History of that particular conflict
in the North of Spain, regrettably remains gaps that are still not
filled nowadays, particularly in the case of regions as Castilla la
Nueva where Vicente Rugero and his brother Francisco –alias “Palillos”-
raised an armed men party or guerrilla warfare made up by more than five
hundred horsemen.
At the end of the war, the Carlists were defeated. Many of them lost
their possessions or lives. Some had to go into exile, as the case of
Vicente Rugero, who had lost in the way his own mother –an elderly woman
of 81 who was executed by a liberal firing squad- his brother, a
son and many other relatives.
LA "PARTIDA DE PALILLOS" Y SU ESTANDARTE
La "Partida de Palillos" fue la más destacada unidad de voluntarios a
caballo de entre las que levantaron pendón en 1833 por la causa
legitimista de Don Carlos V de Borbón en Castilla la Nueva.
Estaba dirigida por don Vicente Rugero y su hermano don Francisco,
naturales de Almagro, quienes “habían pertenecido al ejército en clase
de comandantes de caballería; pero clasificados como tenientes, se
retiraron á su casa de Almagro. En 1833 conspiraron, como muchos
descontentos, y reducidos a prisión se sustrajo de ella don Vicente y
levantó una partida” (1) (2). Fueron mejor conocidos con el alias de
“Palillos” (3), llegando a juntar para su Partida más de medio millar de
hombres.
En cierta ocasión el conde de España, capitán general de Cataluña,
leyendo que el periódico liberal “Eco del Comercio” llamaba “tigre” a
Palillos, aquél exclamó sonriendo “Véase una usurpación, porque sólo soy
yo el tigre legítimo” (4). La fama de Palillos fue tal que traspasó
nuestras fronteras (5).
No fue la Partida de los hermanos Rugero un dechado de caballerosidad en
lo que a forma de combatir se refiere, ya que lo hicieron
despiadadamente (6), pero en su descargo hemos de observar que sus
enemigos liberales los sobrepasaron siempre en crueldad -llegando al
extremo de fusilar a su anciana madre de 81 años-, por lo que se vieron
compelidos a batallar a sangre y fuego. Las partidas carlistas las
integraban voluntarios, en su inmensa mayoría civiles, con escasa
preparación militar, mientras que las fuerzas del Ejército regular
estaban compuestas por hombres disciplinados y hábiles en el manejo de
las armas. También los mandos castrenses gubernamentales a los que
concretamente tuvo que enfrentarse Palillos fueron de naturaleza
particularmente acerba: el coronel Flinter (7) -esclavista "de facto"-,
el general Narváez -quien declaró en su lecho de muerte que no podía
perdonar a sus enemigos "porque los había hecho fusilar a todos"-, el
general Nogueras -responsable de pasar por las armas a la madre de Ramón
Cabrera-, y el brigadier Balboa -el cual no dudó en llevar al patíbulo
en Fuente el Fresno a un niño de cuatro años cuando dispuso que se
diezmara por sorteo a los familiares de los carlistas, tocándole en
suerte al infante su fatídico destino-. (8)
Lámina publicada en "Cabrera y su Ejército, Álbum de las Tropas Carlistas de Aragón", establecimiento tipográfico de Don Francisco de P. Mellado. Madrid, 1844. En ella se muestra el modo de vestir de los voluntarios carlistas manchegos que componían la Partida de Palillos
El prusiano Wilhem von Rahden -que se había presentado voluntario en las filas de Don Carlos- tuvo ocasión de ver a Rugero y hablar con él. Estas son sus impresiones y el relato que hace de su encuentro:
"Yo creí que encontraría en <<Palillos>> el arquetipo de la brutalidad y de la barbarie humana. Era un hombre de más de cincuenta años, curtido por el sol; su rostro, su porte y su vestimenta, recordando a los de un cosaco del Don; sus ojos negros, pequeños y amables; y con un rostro redondo de aspecto, en realidad, simple, aunque bonachón. Este mismo carácter mostraba también en su conversación, pues era muy modesto, abierto y, siasí pudiera decirse, honrado y afable. Lo encontré una tarde con Sanz. Nos contó en tono casual, sin que su rostro o sus manos manifestasen emoción alguna, cómo los cristins habían fusilado y estrangulado a todos sus familiares hasta el pariente más lejano, quemando y borrando de la faz de la tierra todas sus posesiones (él antes había sido muy rico).
-Treinta y nueve de mis familiares han dejado su sangre. El último fue una mujer en las últimas semanas de su embarazo, mi nieta. A ella la maltrataron hasta la muerte, arrancándole luego de su cuerpo el niño que aún no había nacido, y como todavía daba señales de vida, lo fusilaron. ¡Muera todo lo vivo! -concluyó con frialdad, tomando educadamente la boina roja y dejándonos a solas con los espantosos sentimientos que habían despertado en nosotros su relato". (9)
Pío Baroja, gran recopilador de datos relativos al carlismo, dejó
consignados en una de sus novelas datos de gran interés referentes a la
Partida y que a continuación transcribimos. “[…] Palillos ha sido muy
famoso. […] Palillos padre, don Vicente Rugero, era un viejo muy ladino.
Tenía una partida muy bien organizada y muy militar. Ya lo creo. Y no
piense usted que era fácil entrar en ella […] Para entrar en la partida
se necesitaban muchas condiciones. Había que tener menos de treinta
años, ser fuerte, buen caballista, estar acostumbrado a la vida del
campo y no tener parientes ni amigos entre los cristinos […] los jefes
podían ser más viejos. Al que entraba en la partida se le hacían muchas
preguntas, y luego se iba a comprobar lo que había dicho, y si algo no
resultaba cierto, no se le admitía […] Todos íbamos igual. Se llevaba
calañés alto, de pana o de terciopelo negro, adornado con algunas
carreras de botones, medallas, cintas rizadas y un plumerito negro. La
mayor parte usaba patillas. Se vestía marsellés corto, guarnecido de
cinco botonaduras de monedas de plata, pesetas o reales columnarios.
Algunos jefes lucían doblillas de oro, y en vez de calañés, boina blanca
o sombrero redondo con funda de hule. Se gastaba calzón corto, de pana o
terciopelo negro; ancha faja para el puñal y los cachorrillos; polainas
de cuero y zapatos de una pieza. En el arzón del caballo se ponían las
pistolas y el trabuco […] Cuando Palillos se proponía sacar
contribuciones en una comarca, dividía su caballería en partida de
treinta a cuarenta hombres; ocupaban todos los lugares en un espacio de
seis a ocho leguas cuadradas. Cada paisano debía suministrar todo lo
necesario para un jinete y un caballo. Los pueblos se veían obligados a
entregar a Palillos la misma contribución que pagaban al Gobierno de la
reina. Entrábamos nosotros en un lugar, y lo primero, para que nadie
tocase a rebato y diera señal de alarma, nos apoderábamos de la torre de
la iglesia y poníamos en el campanario un centinela. El centinela
observaba cuanto pasaba a larga distancia, y si veía algo tocaba la
campana, y, según las campanadas, nos entendíamos. Era como la línea del
telégrafo de señales del Gobierno. Así, don Vicente Rugero sabía con
rapidez si aparecía el enemigo y por dónde” (10).
Tuvo la Partida su bautismo de fuego el 15 de noviembre de 1833 en
Alcolea, donde fue alcanzada y derrotada por los gubernamentales que
mandaba el coronel Tomás Yarto, “guareciéndose sus restos en los montes,
ese laberinto impenetrable, con mansiones subterráneas, con despejadas y
naturales atalayas, donde puede acampar un batallón en el mismo terreno
en que otro esté oculto con toda seguridad” (11).
Cuando no combatían, se dedicaban a interrumpir las comunicaciones y
arruinar el tráfico, siempre bajo la atenta observancia del coronel
Jorge Flinter, creado comandante general de la línea de La Mancha, quien
no perdía ocasión para perseguirlos celosamente con el propósito de
darles combate, y así el 28 de octubre de 1835 “es derrotado Palillos
hacia Tomelloso con alguna pérdida, y el 4 de noviembre, contando ya
este partidario, tan temible después, con unos cuatrocientos caballos,
se vió acometido en Villanueva de la Fuente. Mas no da el rostro, sin
embargo de su fuerza; perseguido, se bate en retirada en Genave, en
Sierra de la Cumbre y en Rumblar, la parte más escabrosa de Sierra
Morena y en Fuente del Fresno, siendo tan tenaz y decidida la
persecución que corre veinte leguas, muriendo en ella veinticinco
carlistas, y apoderándose los contrarios de bastantes caballos […] Bien
pronto se indemnizaban aquellos partidarios, merced al brigandaje de su
sistema y á la libertad que todos disfrutaban, de tales pérdidas,
bastándoles á veces una excursión: así se ve á Palillos aumentando
considerablemente los suyos é infundiendo el terror inseparable de sus
punibles excesos” (12).
El 10 de diciembre Palillos junto a los hombres de Sánchez y los Cuestas
presentan batalla en la llanura atacando a más de trescientos jinetes
pertenecientes a las columnas isabelinas en las cercanías de
Talarrubias, haciendo prisionero al jefe de estos últimos. “Este
quebranto, primero de su clase, porque fue a campo abierto el choque,
produjo un efecto terrible, porque demostraba que ya no podían ser
insignificantes ni pequeños los combates con Palillos; que las facciones
envalentonadas por su número y lo favorable del terreno, pues contaban
para el llano con caballos escogidos, y con los montes impenetrables é
inmensos de Toledo para la retirada, confiadas también en su espionaje,
tomando audazmente la ofensiva; que casi todos los pueblos no bien
guarnecidos quedaban á su disposición, y que podían ser aquellos el
núcleo de un ejército el día que surgiese un hombre valiente,
organizador y entendido á la vez” (13).
En febrero de 1837 se reunió un nutrido grupo de caballería
perteneciente a la Partida en las cercanías de Granátula con el objeto
de tomar el pueblo natal del general Espartero, siendo rechazados y
sufriendo noventa muertos por las tropas del brigadier Mahy, quien hizo
además fusilar con urgencia a seis prisioneros sobre el mismo escenario
del combate. Posteriormente se decide atacar Bolaños, que sí caería
rendida. En esta última población, Palillos "atacó a los nacionales de
Bolaños, estrechándolos de tal manera, que conociendo ellos lo inútil de
su resistencia rindieron las armas confiando en la jenerosidad (sic) de
sus contrarios; pero Palillo, luego que los tuvo en su poder los
sacrificó, vengando en ellos el revés que había sufrido en los campos de
Granátula. Este acto de inhumanidad, del que también daban frecuentes
ejemplos los del bando opuesto, fué causa de que Palillo no se apoderase
de muchos pueblos, que se hubieran entregado facilmente, á no tener la
misma suerte que los nacionales de Bolaños; por esa razón los nacionales
se defendían desesperadamente y preferían morir con las armas en la
mano, más bien que entregarse á merced de sus enemigos" (14). Serían un
total de 25 los milicianos nacionales fusilados por Palillos en Bolaños,
incendiando los días siguientes el pueblo de Brazatortas y continuando
hacia Torremilanos donde venció a las fuerzas del capitán Estela,
pasando por las armas 20 prisioneros (15).
Los manchegos sostuvieron a principios de julio de 1837 un combate en
Venta de Cárdenas contra la Infantería liberal que se saldó dejando más
de treinta cadáveres de estos últimos sobre el campo de batalla.
Al frente de 700 hombres se presentó los primeros días de septiembre en
Puerto Lápice con el propósito de apoderarse de la población, pero al no
conseguirlo dada la resistencia que puso su guarnición, que resistió
los embates de los carlistas con determinación y firmeza, Palillos
ordenó prender fuego a las casas y edificaciones que se hallaban
extramuros del pueblo, al tiempo que enviaba un conminatorio mensaje
dirigido al "Sr. Comandante de las fuerzas rebeldes" con el objeto de
lograr su rendición: "Comandante General de la Mancha. Viva Carlos V. Si
en el preciso término de una hora no se entrega á discreción la fuerza
rebelde que se halla situada en la casa del fuerte, serán pasadas por
las armas, y se procederá al incendio y asalto de él; más si oyen mi
humana amonestación se les garantizará sus personas y bienes. Cuartel
General de Puerto Lapice, septiembre 5 de 1837-. El Brigadier Comandante
General Palillos". La airada respuesta que obtuvo de los sitiados fue
la siguiente, siendo esta vez el destinatario el "Sr. General de
ladrones y asesinos": "Comandancia de los fuertes de Puerto Lapiche. =
No se entregarán estos fuertes en ningún concepto, y antes preferiran
perecer entre sus ruinas que sucumbir á manos de tan vil canalla de
ladrones y asesinos. Viva Isabel II. Viva la Constitución. Viva la Reina
Gobernadora. Puerto Lapiche 5 de septiembre de 1837" (16). Palillos,
viendo lo obstinado de la defensa ordenó abandonar la plaza.
Mientras tanto, el 12 de septiembre, la Expedición Real logra llegar
hasta las mismas tapias del Retiro madrileño, ocasión única que hubiese
acaso decidido el triunfo definitivo de las armas carlistas si Don
Carlos hubiera seguido el consejo del general Cabrera de penetrar ese
día en la capital de España. El Rey no dio la oportuna orden, por lo que
las tropas carlistas se retiraron de las inmediaciones de la Villa y
Corte. Días después, algunos partidarios carlistas, conscientes de la
magnífica ocasión desaprovechada, aún creyeron posible repetirla, como
el caso del coronel de Ingenieros Von Rahden quien consideró además
imprescindible para tal fin la fuerza de Palillos, que actuaría como
barrera de contención al sur de Madrid: "Palillos podía mantener la
alarma a las puertas de Madrid mientras nos poníamos de acuerdo con
Zaratiegui [que después del fiasco se había retirado hacia el norte
atravesando el Guadarrama] para una acción combinada" (17).
En Venta Quesada, localidad próxima a Manzanares, el 11 de noviembre
asaltan el Correo cargado de correspondencia para La Mancha y Andalucía,
logrando interrumpir de este modo las comunicaciones postales de esas
provincias con Madrid.
El líder almagreño había conseguido por esta época reunir bajo su mando
una enardecida masa de fogeados voluntarios y destacable poder
económico, que parece ser se reservaba para sí mismo sin compartirlo con
sus correligionarios, lo que provocó quejas por parte de algunos otros
jefes de partidas carlistas; el general Ramón Cabrera, amparándose en
este último pretexto decidió de algún modo limitar su poder: "el 1 de
diciembre de 1837, le era quitado el mando de las partidas al "tigre"
Juan Vicente Rugeros (a) "Palillos" en su cuartel general del Espíritu
Santo de Villarrubia. Posteriormente, el día 3, la noticia le era
confirmada por el general Cabrera [...] Las desavenencias surgidas
provenían de que algunos cabecillas carlistas, entre ellos Riego, "le
habían reclamado algunos maravedises y subsistencia, á lo que Palillos
contestó que le era imposible suministrar a tantos, por lo que les
aconsejó que se distribuyesen en pequeños grupos y se proveyéran de lo
necesario como pudieran" (18).
Partió de Los Arcos, Navarra, el 28 de diciembre de 1837, una expedición
comandada por el general don Basilio Antonio García y Velasco quien al
frente de unos dos mil hombres encuadrados en cuatro batallones y dos
escuadrones pretendía “organizar la guerra en La Mancha y restantes
regiones de la España central, para lo que debía contar con el apoyo de
una división de Cabrera, a quien se le habían dado instrucciones en ese
sentido” (19). Tuvo que desistir García de su plan de contactar con
Cabrera debido al acoso al que se veía sometido por los cristinos,
dirigiéndose directamente a tierras manchegas donde sumó a sus efectivos
las fuerzas de Palillos. “Jara [José Jara, cabecilla carlista] y
Palillos, enfrascados en antiguas rencillas, trataban de manejar al
general [García] según sus designios. Finalmente se impuso el primero, y
Palillos, varias veces postergado, se separó completamente de la
expedición” (20).
Antes de renunciar a la expedición participaron los de la Partida, a las
órdenes del general, en varios hechos de armas notables entre los que
destacan el ataque con éxito a un convoy liberal compuesto por varios
carros que desde Ruidera transportaba pólvora -"la escolta del convoy se
refugió en una casa y envió un emisario para decir que se rendirían a
los navarros y no a los carlistas manchegos, pero el mismo Palillos les
dio palabra de cuartel y les trató como a compañeros, rectificando así
conductas anteriores" (21)- o el apoyo prestado por los jinetes de la
Partida a los hombres del coronel Tallada que se retiraban de Baeza el 5
de febrero de 1838, perseguidos por el general Sanz, quien había tomado
el mando de la división Ulibarri, que desde Navarra venía persiguiendo a
la expedición de García. También cabe destacar en esta etapa la sonada
actuación de las tropas de Don Basilio en Calzada de Calatrava, donde
sus subordinados quemaron una iglesia en la que se habían refugiado
aquellos liberales que negaron su rendición -entre los que parece ser se
encontraban mujeres y niños-, y el descalabro sufrido en Valdepeñas por
los voluntarios carlistas, que perdieron a cuarenta de sus oficiales;
tras este revés los adversarios cristinos se vengaron ensañándose
particularmente en aquellos hombres que pertenecían a la Partida por
haberlos hecho responsables de la barbarie ocurrida en Calzada.
Una vez desvinculados los Rugero de la expedición del general García
emprenden con nuevos bríos acciones guerrilleras, siendo la más
importante el ataque perpetrado sobre Ciudad Real en mayo de 1838, donde
logran arrebatar un cañón al enemigo: “al amanecer del [día] 28, los
disparos sobre la puerta de Santa María anunciaron su empeño de penetrar
en la ciudad. Acudieron veloces y valientes varios nacionales [miembros
de la Milicia Nacional] y paisanos á reforzar la poca tropa que
custodiaba aquel punto, y á los pocos momentos, los carlistas
convencidos de la inutilidad de sus esfuerzos, se retiraban de la
muralla, donde perdieron la vida algunos trabajadores que trajeron para
abrir la brecha. A esto debieron limitarse las disposiciones de la
autoridad militar que desempeñaba entonces don Luis Suero, comandante
del batallón franco de la Patria, que dio enseguida ocasión á Palillos
para que hiciera una horrible carnicería. Retirábase hácia el camino de
Miguelturra, cuando el comandante Suero envió en su persecución una de
las dos piezas de á cuatro que había en la capital, escoltada apenas por
unos ochenta hombres, entre ellos varios nacionales. Llegó el cañón
hasta la mitad del camino de Miguelturra, rodeado de tan heterogéneo
refuerzo, y al primer disparo hecho sobre los carlistas, sucedió lo que
era fácil haber previsto. Aguerrida y audaz la caballería de Palillos
dio una vigorosa carga á las fuerzas contrarias, y aquella escolta falta
de unidad, sin jefes propios, y aturdida con tan impetuoso é inesperado
ataque, cedió un momento al espanto y fue perdida. En vano el
desgraciado y bizarro teniente de Castilla, Lahera, quiso infundir su
valor á los fugitivos; empezó la fuga y allí encontraron una honrosa
muerte, no solo aquel valiente patriota, sino muchos otros que,
decididos á vender cara su vida, hicieron frente al enemigo.
Muchos fueron acuchillados en el acto, y otros entre los que se
encontraba el valiente joven don Antonio Puebla, hijo de un comerciante
de la ciudad, fueron fusilados incontinenti, aunque pidió Puebla su
rescate á peso de plata.
Palillos, después de haber sembrado el campo de cadáveres de aquellos
desgraciados, y perseguido hasta las puertas de la ciudad á los pocos
voluntarios nacionales que salieron á reforzar á sus compañeros de
armas, tomó la dirección de Miguelturra, llevándose con el mayor
entusiasmo el cañón, cuya inoportuna salida tantas desgracias había
causado, y que por ser arma inútil para aquellos carlistas [que eran de
caballería y una pieza de artillería les servía de estorbo], fue
enterrado, hasta que le sacaron en Agosto siguiente las tropas de
Narvaez.
Este desgraciado acontecimiento abatió, más de lo que estaba, el
espíritu público liberal, y alentó el carlista; y sin la pronta llegada
de las tropas que componían el ejército de reserva, los defensores de
don Carlos hubieran dominado completamente el país, en el que tenían
adeptos, por más que se hiciera creer lo contrario en Madrid […] Casi al
mismo tiempo que Palillos sitiaba a Ciudad-Real, invadía Archidona, con
ciento veinte caballos, los pueblos de las inmediaciones de Roda,
robando y asaltando en los caminos las diligencias y fusilando á los
nacionales que las escoltaban” (22).
El general Ramón María Narváez fue enviado a pacificar Castilla la Nueva
-mientras Espartero operaba en el Norte-, con el objeto de aplastar a
los carlistas de esta provincia. El “espadón de Loja” emprende una
persecución implacable sobre los voluntarios de Don Carlos al mando de
una considerable fuerza consistente “en un cuerpo de reserva en la
provincia de Jaén, cuya base serían los batallones de la Milicia
Nacional movilizados en las capitanías generales de Granada y Andalucía,
y los cuerpos francos estacionados en las mismas que no fueran
absolutamente indispensables para otros menesteres. Los quintos que aún
quedaran en los depósitos, y los desertores aprehendidos, constituirían
batallones provisionales, a los que se dotaría de los cuadros
necesarios, completándose esta fuerza con el cuadro del batallón de
marina de San Fernando. Estas tropas, puestas a las órdenes del
brigadier Narváez, debían acabar con las facciones de Castilla la Nueva,
y el 30 de octubre [de 1837] recibían una nueva organización, pues se
incorporaban a las mismas los regimientos provinciales de Murcia,
Sevilla, Ronda y Santiago, así como el tercer batallón de la brigada de
artillería nacional de marina, los cuadros de seis batallones regulares,
los cuartos escuadrones de la guardia real de caballería, y un par de
baterías. Dotado de la correspondiente plana mayor, este ejército se
subdividiría en 4 brigadas, 3 de infantería y una de caballería, cuyo
jefe estaría a las inmediatas órdenes del gobierno. A principios de
junio de 1838 comenzaron a llegar a La Mancha las primeras unidades,
haciendo Narváez su entrada en Ciudad Real el día 13” (23).
El Ejército de Reserva de Narváez comenzó a operar a mediados de junio
de 1838. Palillos atacó en Ballesteros, con ciento cincuenta de sus
jinetes a la retaguardia de la segunda brigada de la división, siendo
finalmente rechazado por el escuadrón de coraceros leales a Isabel. El
día 29 cabalgó hasta Torrenueva, donde “quemó las eras y asesinó y
cometió horrorosos excesos, ya que, gracias á la resistencia de los
nacionales, no pudo enseñorearse del pueblo” (24).
Debido al implacable hostigamiento que las fuerzas liberales ejercían
sobre las partidas carlistas en Castilla la Nueva y derrotados, huidos,
presos o muertos muchos de sus jefes (25) -entre ellos Francisco Rugero,
que fue fusilado por orden de Narváez (26) en Almagro el 27 de agosto
de 1838 a la edad de 50 años (27)-, la de Palillos se vio incrementada
por los hombres dispersos que permanecían fieles a la causa carlista,
escogiéndose los montes de Toledo como seguro refugio y tomando los
pueblos cercanos como teatro de operaciones. Mientras tanto, Narváez
recibe su nuevo nombramiento como capitán general de Castilla la Vieja
(28), pero antes de abandonar su puesto a su sucesor el general Agustín
Nogueras (29), resuelto a terminar con los carlistas en su jurisdicción
militar declara un amplio “indulto á todos los carlistas y sus jefes que
se presentasen, siempre que no tuviesen crímenes imperdonables” (30)
(31).
A indulto se acogieron numerosos combatientes ya por cansancio, ya por
no ver futuro en la causa que defendían, pero Palillos permaneció
inquebrantable en su ideal en medio de un verdadero río de desafección y
apostasía legitimista, enarbolando su rojo estandarte y así el 12 de
noviembre, al mando de 200 jinetes, logró plantarlo en Ballesteros y dos
días después en Fernán Caballero. Fue por estas fechas cuando los de la
partida capturaron a un yerno del duque de Frías, ministro de Estado,
pidiendo la importante cantidad de diez mil duros a cambio de su rescate
(32).
Aunque la espada del cabecilla Rugero seguía alzada imperturbable a los
adversos acontecimientos alrededor suyo, los mandos liberales ya seguros
en su cercano triunfo escribían: “tenemos cogidos y presentados a más
de mil facciosos. “Palillos” y su hijo errante por los montes, cogido su
secretario que era su entendimiento, y no hay día que no se presenten
lo menos 20 para arriba, que no se cojan 8 o 10 y tarde en que no se
fusilen” (33).
Por ser ahora prácticamente la única partida leal a Don Carlos aún
activa en La Mancha, el jefe carlista establece un concierto con las
partidas aragonesas para prestarse ayudas mutuas de socorro y ataque. En
una de estas incursiones a Aragón el 28 de noviembre, diecisiete
jinetes fueron muertos entre las localidades de Perdernoso y Provencio. A
mediados de diciembre el hijo de Palillos junto a cien hombres “al
atravesar la provincia de Cuenca, acampó en un monte entre Enguidanos y
Paracuellos; atacado por los granaderos á caballo de la Guardia real que
mandaba el teniente Pozas, dejaron en poder de estos, caballos y
efectos” (34) (35).
Los de Palillos ya sin su estandarte (36), aunque pudieron haber tenido
otros, “atravesaron las sierras del Burgo y de Guadarrama, y los ríos
Tajo, el Tietar y el Alberche, dejando la desolación en pos de su
extensa huella. Para atajarles en aquellas terribles y rápidas correrías
mandó nuevamente el capitán general de Castilla la Nueva inutilizar las
barcas del Tajo; entreteniéndose en tanto Palillos en apoderarse de
algunos destacamentos liberales, y desarmar a los que defendían los
pueblos de Quijozna, Perales, el Viso de Illescas y otros inmediatos a
la corte” (37). El 31 de diciembre atacaron Madrigalejo con 200 jinetes
pero "16 hombres de su valiente milicia nacional, no solo resistieron á
aquellos, sino que impidieron al enemigo el que pudiese dominar mas de
la tercera parte del pueblo, el cuál se vengó incendiando 26 casas y
saqueando otras en las que pudo entrar" (38).
El 8 de febrero de 1839 fueron atacados en Almonacid de Zorita por el
teniente liberal Urrea Portillo, causándoles gran quebranto y dejando
veinticinco muertos carlistas entre los que se encontraba el hijo (39)
mayor de Palillos, Zacarías Rugero "después de una larga y constante
persecución logró darle alcance con 32 caballos en el pueblo de
Almonacid de Zorita, siendo el resultado quedar muertos en el campo el
mencionado Zacarías y 24 mas de los suyos, entre ellos algunos
oficiales, quedando en poder de los vencedores 12 prisioneros, todos
heridos, entre los que se contaba, y lo estaba mortalmente, el famoso
cura de Malagón" (40).
Con el objeto de satisfacer su sed de venganza, Rugero, en los albores
del día 25 de febrero, envía 180 jinetes mandados por Rito Flores a
Orgaz, causando una verdadera sangría entre la población y los
milicianos nacionales destacados en la villa, a cuyo frente estaba el
capitán Ramón Perea. La historiografía liberal asegura que fueron un
total de cuarenta y siete personas, civiles y militares -entre los que
se encontraban veintitrés milicianos que fueron pasados a chuchillo-,
las que murieron a manos de los voluntarios de la Partida, once
individuos fueron retenidos y conducidos a Porzuna a cambio de canjes, y
hasta una mujer, dijeron, fue violada. “A una honrada mujer, cuyo
nombre no hace al caso, la violaron de la manera más horrible que
imaginarse puede. Mientras cuatro la sujetaban, los demás, que eran en
gran número, satisfacían su brutal apetito, dejándola exánime” (41).
Enterado y alarmado Don Carlos por estos excesos y deseando imponer el
orden entre sus partidarios comisionó al general Cabrera acudir él mismo
u otro de su confianza a esta región para organizarla. “Cabrera recibió
en tanto una órden de don Carlos, en la que participándole el estado de
desorganización en que se hallaban las fuerzas de la Mancha, le
prevenía, por estar más en contacto con este país, que destinara un jefe
de celo é instrucción que usando de política granjease los ánimos de
los de aquellas partidas, las organizara é introdujera en ellas la
disciplina.
Para darla cumplimiento hizo él mismo una atrevida excursión á estas
provincias, consiguiendo su sagacidad que Amor [Bartolomé Amor, que
interinamente sustituía al general Nogueras] no la evitara, á cuyo
efecto hizo correr la voz de que iba á atacar de nuevo Villafamés, Caspe
y Alcañiz: movió los aprestos de sitio, mandó recomponer los caminos, y
mientras los liberales estaban á la expectativa, adelantó Cabrera dos
jornadas. Cuando se reunían fuerzas para batirle, regresaba á Aragón con
el botín cogido en Castilla” (42).
La llegada a tierras manchegas del general liberal don Trinidad Balboa
supuso un nuevo hito de brutalidad, instaurando entre la población un
auténtico régimen de terror, represión y guerra sin cuartel a todo lo
que pudiera estar relacionado con el carlismo “publicando en su
consecuencia el 25 de Agosto un bando riguroso, y por sus efectos
horrible, inhumano que llevó al patíbulo inocentes víctimas, mujeres
embarazadas, niños hasta de cuatro años; y tales horrores permitió
impasible, que se resisten á la narración. Origen fue de terribles
acontecimientos harto ruidosos, y bien amargos después para el mismo
Balboa, á quién se formó, y á otros jefes, las causas que obran en el
Archivo del Tribunal de Guerra y Marina" (43) (44).
A tal extremo de persecución se vieron sometidos Rugero y sus hombres
por sus siempre arriesgadas acciones guerrilleras que los mandos
liberales, frustrados en sus vanos intentos de apresarlo aún pese a
tener la contienda decidida a su favor, se ensañaron con su anciana
madre quienes la emplearon como víctima propiciatoria (45). Máximo
García López (46) escribe: “El 11 de octubre del año 1839, en ese mismo
sitio -inmediaciones de la puerta de Granada, en Ciudad Real- fue
decapitada la inocente y anciana madre de "Palillos", a la edad de
ochenta y un años, siendo tan heroica y edificante su apostura en el
momento de ser fusilada que conmovió fuertemente a los espectadores y
las últimas palabras que salieron de sus labios fueron para pedir al
Redentor por sus verdugos». También fueron corrientes las represalias
tomadas contra carlistas que pese a haber depuesto voluntariamente las
armas se habían acogido a indulto, que no fue respetado, siendo
fusilados sumarísimamente prescindiendo de cualquier fórmula legal
“dando así comienzo a un régimen de terror, tanto contra los
guerrilleros como contra sus posibles colaboradores, que sirvió para que
buena parte de los carlistas se dispersaran” (47).
Lo cierto es que el hartazgo de tantos años de guerra sumado a la feroz
amén de eficaz persecución del general Balboa y al convenio de Vergara
(48) hizo notable mella en el ánimo y resistencia de los carlistas
manchegos, inclusive en su “núcleo duro” representado por la Partida de
Palillos “antes de finalizar Octubre se habían presentado unos
setecientos hombres solamente en la provincia de Ciudad Real” (49).
Balboa, a comienzos de noviembre de 1839, emite una alocución (50) en la
que relaja sus medidas represivas al considerar que los "facciosos"
habían sido finalmente sometidos:
"Comandancia general de las provincias de Ciudad Real y Toledo.-
Manchegos y toledanos: cuando cesan las causas tienen que desaparecer
los efectos. Bajo de este principio y estando ya pulverizada la facción
del ladrón y asesino Palillos, y éste huyendo espantado de estas
provincias, os levanto la prohibición que os impuse en mi bando de 25 de
Agosto último de no poder pasar a los montes que en él se expresaban,
pues que mi fin era quitarle los inmensos recursos y auxilios que
recibía de sus paniaguados.- Ansiaba con todo mi corazón que llegase
este venturoso día para que pudieseis atender libremente a vuestras
comunes necesidades y cuidar de vuestros respectivos intereses, que era
el blanco de mi deber y de mi deseo: felizmente lo he conseguido.- Lo
que os prevengo, y de su cumplimiento encargo bajo su responsabilidad a
las autoridades civiles y militares, es que ninguno pueda transitar
fuera de una legua de su pueblo sin llevar un pase que el punto donde se
dirige, expresando la condición del viajero y el motivo de su salida,
conminando al que faltare, al pago de diez ducados de multa, y si por
ser pobre no pudiese, a un mes de prisión, y además a ser castigado
según la parte de culpa que le resultare. Igualmente prohíbo que
cualquier forastero pernocte en los pueblos, sin que el vecino que los
reciba en su casa dé con anticipación parte de su llegada a la autoridad
competente; y al que faltare se le pondrá en prisión, quedando a las
resultas del delito que aparecer pueda en el culpado.- Estas
restricciones son en beneficio de los vecinos honrados y de todo hombre
de bien, que no tiene la penosa necesidad de ocultar su cara y persona a
sus semejantes; solo el malvado, el delincuente no más es el que
procura sustraerse de esta justa y de ningún modo gravosa providencia.-
Hágase publicar y pregonar para inteligencia de todos."
Balboa formó una partida de “Seguridad Pública” integrada por
excarlistas acogidos a indulto, cuya misión era la de combatir a sus
antiguos compañeros de armas. El día 10 de noviembre se levanta el
estado de sitio en las Provincias de Toledo y Ciudad Real, a excepción
de algunos enclaves, y al día siguiente se emite otra alocución
autocomplaciente “diciendo lo que [Balboa] había hecho y los buenos
resultados que había obtenido” (51).
Terminada la Primera Guerra Carlista tras el abrazo de Vergara, una
facción de la Partida continuó la práctica de operaciones guerrilleras
al mando de Rito Flores, condenados a vagar por entre los montes y
siendo perseguidos como a bandoleros. Don Vicente Rugero tomó el camino
de la emigración (52) a Francia para así evitar caer en poder de las
fuerzas liberales que inexorablemente lo hubiesen hecho fusilar. En Lyon
se daba la noticia de que varios coroneles, un brigadier y el "mariscal
de campo D. Vicente Rugeros más conocido bajo el nombre de Palillos,
ex-comandante general de la provincia de la Mancha, los cuales van
destinados al depósito de Bourges" (53).
Fue cogido este estandarte por los liberales a finales de 1838, remitido
al Museo de Inválidos de Atocha por el Capitán General de Castilla la
Nueva, ingresando en ese lugar el 16 de enero de 1839 (54).
El estandarte es de seda carmesí, terminado en dos farpas cuyas puntas y
vértice se han adornado con borlas doradas sumando tres, del mismo
color gualdo que los flecos que la engalanan. Su anverso presenta
bordado en oro, formando un rectángulo, el lema que rodeaba una imagen,
hoy desaparecida (55), de la Virgen de los Dolores (Generalísima de los
Reales Ejércitos de Don Carlos), que reza: “A D CARLOS V. DEFENSOR DE LA
RELIJION Y LA LEJITIMIDAD”, bajo el cual se encuentre las siglas
invertidas “A.L.V.D.L.M.” significando "A Los Voluntarios De La Mancha", todo bajo corona Real. Completa la pieza una borla de hilo
de oro para sujetarse a la vaina por medio de un cordón del mismo
material. Mide 82 x 80 cm. Acompaña a la enseña una tarjeta del antiguo
Museo de Recuerdos Históricos de Pamplona con el siguiente texto
manuscrito: “Bandera de Carlos V. "Defensa de la Religión y de la
Legitimidad" 1834” (56).
NOTAS
(1) Antonio Pirala Criado. “Historia de la Guerra Civil y de los
Partidos Liberal y Carlista”. 3ª edición corregida y aumentada con la
historia de la Regencia de Espartero. Ed. Felipe González Rojas. Madrid,
1889-1891. Tomo 1, pág. 206. También menciona A. Pirala, op. cit; tomo
3, pág. 289 a un “Zacarías Rujero”, tratándose de un hijo de Vicente,
que resultó muerto en febrero de 1839.
(2) Don Vicente Rugero había previamente conspirado y levantado a favor
de los realistas durante el Trienio Constitucional (1820-1823),
sufriendo reclusión por ello en la prisión de Almagro.
En 1823 combatió a los constitucionales en diversas acciones de guerra
por lo que fue recompensado con el "Escudo de Distinción de Fidelidad
Militar" y la "Flor de Lis": "la del 15 de mayo de 1823 en la garganta
del Moral; la del 19 del mismo mes en la toma de Toledo; en la del 7 de
junio, defendiendo Almagro contra los liberales revolucionarios mandados
por el brigadier Plasencia; en la del 29 del mismo mes en la acción de
Saceruela contra los nacionales del partido de Toledo; en las del 28, 29
y 30 de julio en la defensa de la villa de Infantes contra la columna
mandada por "el traidor chaleco"; el 14 de agosto en las inmediaciones
del río Mundo, donde logró batir y destrozar la división mandada por
Diego Aguirre; el 20 del mismo mes en la de El Bonillo, donde fue batida
y prisionera la columna de nacionales de caballería mandada por Téllez.
También se halló en la peligrosa retirada de Extremadura; igualmente,
en la expedición que hizo la división en septiembre sobre el puente de
Almaraz bajo las órdenes del general Vicente Quesada". Manuela Asensio
Rubio: "El Carlismo en Castilla-La Mancha (1833-1875)", pág. 81.
También en 1826 estuvo implicado en la sublevación protagonizada por el
mariscal ultrarrealista Jorge Bessières, aunque finalmente resultó
exonerado.
(3) También conocidos como los "Rugeros" o “Rujeros".
(4) A. Pirala, op. cit; tomo 3, pág. 15.
(5) George Borrow en su obra “The Bible in Spain” (1842), lo cita
recurrentemente y en términos oprobiosos; valga esta muestra: “The one I
liked least of all was one Palillos, who is a gloomy savage ruffian
whom I knew when he was a postillion. Many is the time that he has been
at my house of old; he is now captain of the Manchegan thieves, for
though he calls himself a royalist, he is neither more nor less than a
thief: it is a disgrace to the cause that such as he should be permitted
to mix with honourable and brave men; I hate that fellow, Don Jorge: it
is owing to him that I have so few customers. Travellers are, at
present, afraid to pass through La Mancha, lest they fall into his
hands. I wish he were hanged, Don Jorge, and whether by Christinos or
Royalists, I care not". "The Bible in Spain; or the Journeys,
Adventures, and Imprisonments of an Englishman in an Attempt to
Circulate the Scriptures in the Peninsula". 3 tomos. 3ª edición. London:
John Murray, Albemarle Street. 1843. Tomo 1º. Págs. 339-340.
Otro visitante foráneo a la España de la época, esta vez francés,
Teofilo Gautier, también queda impresionado por lo que en Madrid se
cuenta de Palillos: "Balmaseda, Cabrera, Palillos y otros cabecillas más
o menos célebres se hallan constantemente sobre el tapete. Se dice de
ellos cosas que estremecen, crueldades tan terribles que hoy no pueden
considerarse ni siquiera aceptables por los caribes o los cherokas".
"Viaje por España". Ed. Mediterráneo, S.A. Madrid, 1944. Pág. 86.
(6) Por su interés reproducimos el comentario que el historiador liberal
D. Antonio Pirala dedica a las partidas legitimistas de Castilla la
Nueva, indudablemente redactados desde la íntima aversión que el
narrador sentía por el combate de partidas –herederas en el arte de
guerrear de los guerrilleros que combatieron a los franceses durante la
Guerra de la Independencia dos décadas antes- y que han condicionado
adversamente el posterior juicio historiográfico sobre estos voluntarios
carlistas, op. cit; tomo 2, pág. 146. “La guerra continuaba en Castilla
con el mayor desorden, y el país se veía asolado, por las numerosas
partidas que vagaban indistintamente por montes y llanos. Sus
operaciones se reducían á invadir y sorprender pueblos pequeños, hacer
exorbitantes exacciones de todo género, y evadir, eso sí, el encuentro
de las columnas destinadas á su persecución. Aumentaban su gente con
desertores, quintos, criminales y jornaleros desocupados, y el que tenía
algún dinero ó mostraba más osadía, se erigía en jefe de un pelotón de
hombres que, por temor al castigo y vivir más a sus anchas, se titulaban
carlistas.
El perdido, el desesperado, el que había satisfecho ó deseaba satisfacer
una venganza, el perseguido por la justicia, todos estos corrían á
engrosar estas partidas independientes a toda autoridad, que lo mismo
defendían á Carlos que lo hubieran hecho a Isabel, si en esta causa no
se hubieran de someter á la disciplina y pudieran tratar á los pueblos
invadidos como á país conquistado.
Así se comprende aquella multitud de partidarios, sin que la muerte de
unos, arredre á otros á llenar el vacío que dejaban. Peco, Doroteo,
Jara, La Diosa, Revenga, Paulino, Zamarra, Chaleco, el Rubio, el
presentado, Tercero, Cipriano, Corulo, Herencia, Palillos, Orejita,
Parra, el Arcipreste, el Apañaso, Matalahuga, Escarpizo, Sánchez, Blas
Romo y otros no menos dignos, casi todos los alias, cuyos motes eran su
mejor apología, sostenían la guerra, si tal puede llamarse el sistema de
feroz vandalismo y depredaciones con aquel aluvión de partidas,
asolaban cual verdaderas plagas los territorios donde caían. Bermudez, y
algunos otros partidarios decentes obraban de distinto modo.
Argués, Cuero, Algodor, Villamudas, Puebla Nueva y otros pueblos, son
elocuentes testigos de los crímenes atroces de aquellos bandoleros,
terror del pacífico habitante, del infeliz arriero, á quienes retenían,
como á los viajeros y ganados, y cuanto caía en sus garras, hasta
recibir el precio escandaloso á que ponían la vida y libertad de sus
presas, maltratando á los retenidos, y asesinando á muchos lentamente,
aun después de recibir su rescate. Bloqueados los pueblos, nadie se
atrevía a salir, ni salían las yuntas, ni los ganados, ni continuó el
tráfico, y arruinados en su aislamiento, era horrible su desesperación.
Desastres sin cuento en la carretera de Andalucía y Valencia, obligaron,
á fin de reanudar el interrumpido tránsito, á darle una forma especial
haciéndole periódico para poder protegerle. Eran tantos los bandidos y
tan desalmados, que los convoyes exigían fuerzas considerables. Fuera
del momento de su tránsito, nadie se atrevía á pasar la primera de las
comunicaciones. ¡Desgraciado del que lo hacía! Y ni fueron respetados
los convoyes, ya que por el aliciente que ofrecían a los malvados, ya
por la extensa línea, que presentaban á sus rápidas correrías.
Tan pronto estaban en Despeñaperros, como en Aranjuez, donde robaron en una ocasión la mayor parte de la real yeguada.
La persecución de tantas y tan bien montadas partidas, era imposible con
el escaso número de tropas de que podía disponer el gobierno, y con el
auxilio que les ofrecían los celebrados montes de Toledo. Por esto la
mayor parte de los pueblos, sin elementos para defenderse, y no
conformándose, aleccionados por la triste suerte de otros, con el papel
de víctima, transigían con los carlistas y les servían, en cambio de su
seguridad”.
Aún peor si cabe es el juicio sobre estas partidas carlistas emitido por
carta al Rey del general carlista Don Basilio García, bajo cuyas
órdenes participó Palillos en su expedición: “Las tropas de Aragón,
cobardes e insubordinadas, huyen a la vista del enemigo, atropellan y
roban cuanto encuentran. Las fuerzas de la Mancha son aún peores, sus
jefes, oficiales y soldados, no son más que unos facinerosos….Prefiero
la muerte a tener a mis órdenes semejantes forajidos que no conocen
religión ni rey; son ladrones y nada más”. La opinión de Pirala con
respecto a don Basilio también deja mucho que desear: “Mas para
desgracia de los carlistas, allí [en el campo carlista], como en los
demás partidos, prevalecían las opiniones más halagüeñamente
presentadas; lucíase el más lenguaraz y petulante, el que más blasonaba
de entendido y el que prometía ventajas y hazañas, que era incapaz de
conseguir. No importaba que los antecedentes y los hechos desmintiesen
las falsas promesas; hubiera en el cuartel real quien apoyase las
baladronadas, y esto era bastante. Parecía, pues, que desde el
fallecimiento de Zumalacarregui, los hombres que él había despreciado
más, eran los más aptos y que á ellos se confiaba la salvación de la
causa. Don Basilio Antonio García, á quien sus hechos habían
desprestigiado, que tenía fama de audáz en la intriga, de tímido al
frente del enemigo, de educación tosca, lenguaraz, estimaba en poco á
toda persona de educación y no tenía reparo en ajar públicamente á los
que sabía no podían contestarle” (A. Pirala, op. cit; tomo 2, pág. 954).
Tan negativo juicio ha de ser forzosamente contrastados con otras
fuentes, y así Von Goeben narra: “Estas partidas fueron acusadas por
unos y otros de procedimientos poco humanos e impropios de su
calificación de carlistas, porque sacrificaban sin miramientos a los
enemigos que caían en sus manos. Pero en ello hacían bien. ¿Cómo podían
proceder de otra manera aquellos hombres que, porque eran los más
débiles, habían sido excluidos por los adversarios de los beneficios de
todo Tratado [convenios Elliot y el de Segura], que veían matar,
arrasar, aniquilar todo cuanto les pertenecía y les era allegado? He
referido antes con que crueldad intentaron aplastar los cristinos el
levantamiento en estas provincias; después de hechos tan horrorosos no
podían esperar indulgencia jamás. No, cuando aquellos hombres de las
partidas, que habían sido arrastrados a la desesperación, se vengaban de
los liberales pasándolos a sangre y fuego, los trataban con toda
justicia y cumplían su deber; pues en tal sazón la indulgencia y el
perdón se hubieran convertido en despreciable debilidad, que habría
llevado consigo inevitable ruina.
Pero se deshonraron a sí mismos al extender su furia vengativa fuera de
los infames que la habían provocado. Los carlistas, esto es, los hombres
que luchaban honrosamente en los ejércitos regulares por el
sostenimiento de los derechos de su Rey, no querían, naturalmente,
conceder ese título a aquellas cuadrillas de la Mancha”.
Más ecuánime a la hora de juzgar a Palillos nos parece la opinión de
Alfonso Bullón de Mendoza quien en su “La Primera Guerra Carlista”, pág.
448, desmonta la extendida opinión que Palillos eran meros bandidos:
“En opinión de Asensio Rubio [María Manuela Asensio Rubio, “El carlismo
en la provincia de Ciudad Real 1833-1876”, Diputación Provincial de
Ciudad Real, 1987], el carlismo en La Mancha cuenta con el apoyo de un
sector mayoritario de la población en el cual encontramos a miembros del
poder civil (jueces y alcaldes), al clero secular y regular, que se
levanta desde un primer momento tomando parte en las partidas y una
amplia base popular integrada por las clases sociales menos favorecidas,
destacando la presencia de "campesinos, carpinteros, herreros,
arrieros, carreteros, sastres; y con gran frecuencia también bandoleros y
asaltadores, de entre los cuales adquirieron gran notoriedad en la
época los llamados "Orejita" o los hermanos "Palillos". Sin embargo, y
aún prescindiendo de la consideración de bandoleros que se da a algunos
de los principales jefes carlistas, tomada sin duda de la historiografía
liberal, pero evidentemente falsa en el sentido de que ésta no había
sido su forma usual de vida durante la década anterior a 1833, la obra
carece de una base documental que acredite debidamente estas hipótesis, o
la conclusión final según la cual la guerra en la Mancha es la
respuesta dada por los grupos sociales más bajos y deprimidos, apoyados
por algunos sectores privilegiados, contra un orden social que los
marginaba y empobrecía”. Será precisamente Manuela Asensio Rubio, en su
trabajo publicado bajo el título "El Carlismo en Castilla La-Mancha"
quien pone de manifiesto que Vicente Rugero era en 1820 agrimensor y
hacendado, además de poseer una fábrica de vinos y aguardientes.
(7) Flinter estuvo destinado en Puerto Rico donde pudo observar como la
forma de esclavitud de personas de raza negra en la América española
era, a su juicio, la más acertada -en las colonias británicas y
francesas se habían dado pasos para humanizar su situación-, y aunque se
autodeclara "contrario a la esclavitud" en su escrito, aboga por una
perpetuación de la forma aplicada por España, dilatando en el tiempo lo
máximo posible la emancipación de los negros. "Yo me hubiera abstenido
de publicar parte alguna de mis trabajos y opiniones, á no haber sido
por la espantosa tendencia de los últimos reglamentos promulgados en las
islas inglesas y francesas de la India Occidental para mejorar la
condición de la población de esclavos. El número de vidas y la cuantiosa
propiedad que se han sacrificado en Jamaica á causa de estas leyes
formadas en mi humilde juicio con demasiada precipitación, y decretadas
intempestivamente, la consternación y desaliento de los habitantes
blancos, y la peligrosa situación en que han sido puestas todas las
colonias de la India Occidental por estas destempladas medidas [...] Las
suaves leyes por que son gobernados en esta isla, y los efectos que el
humano tratamiento causa en la conducta moral de los esclavos africanos,
son objeto de una particular atención [...] Los habitantes blancos que
tengan la dicha de escapar de la venganza de los negros, tendrán razón
para maldecir la luz de aquella ciencia que guió al inmortal Colón por
la jamás hollada espalda de un océano desconocido al descubrimiento del
mundo occidental.
Los que abogan por la inmediata é impropia emancipación de los esclavos,
sin prepararlos primero para ese cambio por medio de una educación
proporcionada y de prudentes y lentos progresos que los vayan sacando de
la vida salvaje hácia el trato social, no han leído o no se acuerdan de
la historia reciente de Santo Domingo". Jorge D. Flinter. "Exámen del
estado actual de los esclavos de la isla de Puerto Rico bajo el gobierno
español: En que se manifiesta la impolítica y peligro de la premura
emancipación de los esclavos de la India Occidental, con algunas
observaciones sobre la ruinosa tendencia de una reforma imprudente y de
los principios revolucionarios hácia la prosperidad de las Naciones y
Colonias. Nueva York, 1832.
Jorge (George) Flinter nació en Irlanda, comenzando su carrera militar
sirviendo en el Ejército británico. Prestó destacados servicios a
Fernando VII en la lucha contra los independentistas americanos, pasando
a servir al Ejército español con el grado de teniente coronel.
Participó en la 1ª de las Guerras Carlistas a favor de la pequeña
Isabel. Capturado por Cabrera, éste se niega a fusilarlo por
considerarlo un valiente. Una vez fugado, es ascendido a brigadier en
1836. Flinter fue acusado de robar y saquear en Toledo, cargos a los que
prestó atención el ministro conde de Ofalia. Acabó este personaje con
su vida, cortándose él mismo el cuello con una navaja de afeitar.
Datos extraídos de "Irlandeses en la Historia de España, de Francia, de
las Dos Sicilias, de Austria, de Rusia", de Eusebio Ballester y Sastre.
"Revista Hidalguía" nº 223, correspondiente a noviembre-diciembre de
1990. Instituto Salazar y Castro. Madrid, 1990. Págs. 883-884.
(8) "Este niño llamado Francisco Martín, hijo de un carlista, fué preso
en represalias, y comprendido en el sorteo le tocó el número fatál.
Todos se interesaron por él en el pueblo de Fuente el Fresno, é
inútilmente, y el 4 de julio de 1840, fué conducido ál suplicio,
llevándole de la mano un soldado de los que formaban el piquete para
fusilarlo. Triscaba como inocente corderillo la tierna criatura creyendo
le llevaban á jugar ó á paseo y decía:
-Me compraréis unas naranjas y tostones, y no me haréis pupa, ¿no soldaitos? ¿ni á mi padre ni madre tampoco?...
Lloraba el militar que le conducía, los que formaban el cuadro no podían
contener la emoción y el piquete que había de hacer la descarga
temblaba á la vista de tan inocente é inhumano sacrificio. Afectados
todos, y sin quererse desprender el niño de su lado, que á todos hablaba
y con todos quería jugar, enternecido el mismo jefe, echó a rodar una
naranja y tostones, corrió aquel angel á coger el cebo de su muerte y le
hicieron una descarga cayendo á tierra á impulso de las balas que
traspasaron su vientre, saliendo de aquellas cruentas heridas parte de
las tripas y entrañas. Los espectadores horrorizados las vieron sostener
con sus inocentes manos al niño que exclamó:
-No matar, no hacerme pupa... y se dirigía hacia los soldados que
obedeciendo los nuevos mandatos amenazantes del jefe que dirigía el
piquete, volvieron á descargar temblando las mortíferas armas, y al fin
le remataron". A. Pirala, op. cit; Tomo 3, pág. 290.
(9) Wilhem von Rahden. "Cabrera. Recuerdos de la guerra civil española". Institución <<Fernando el Católico>>, Zaragoza, 2013. Págs. 465-466.
(10) Pío Baroja. “La Nave de los Locos”. Ed. Caro Raggio. Madrid, 1980. Págs. 283-285.
Por su parte el príncipe alemán Félix Lichnowsky -que ingresó voluntario en los Reales Ejércitos de Carlos V- escribió en sus Memorias sobre la Primera Guerra Carlista la siguiente descripción del atuendo de los jinetes integrantes de la Partida de Palillos, que tiene un gran valor por tratarse de una observación efectuada de primera mano:
"<<Palillos>>, su hijo y sus lugartenientes Jara, <<Orejita>> y <<Padre Eterno>> me recordaban al <<Zampa>> y al <<Fra Diávolo>> de nuestros teatros.
Su traje estaba de acuerdo con su papel.
Un sombrero alto u puntiagudo de terciopelo negro, ornado de una infinidad de botones, de medallas y de madroños, con una pluma negra, cubría un rostro encuadrado en grandes patillas.
Llevaba una chaqueta corta adornada con cinco hileras de <<pesetas>>; algunos jefes, para mayor adorno, en lugar de pesetas llevaban doblones.
Un ancho cinturón negro contenía 40 cartuchos, un puñal y un par de pistolas (otro par iba en los bolsillos del pantalón).
El pantalón, corto, era de terciopelo negro.
Polainas de cuero pardo, botas con enormes espuelas, un ancho sable, otro par de pistolas en el arzón de la silla y uno o dos trabucos cargados con una docena de balas completaban el traje y equipo de estos señores partidarios manchegos.
Casi todos montaban sobre fuertes caballos enteros, cuyos relinchos les traicionaban muchas veces en sus expediciones nocturnas".
Príncipe Félix Lichnowsky. "Recuerdos de la Guerra Carlista (1837-1839)". Espasa-Calpe, S. A. Madrid, 1942. Pág. 133.
(11) A. Pirala, op. cit; Tomo 1, pág. 206.
(12) A. Pirala, op. cit; Tomo 2, pág. 150.
(13) A. Pirala, op. cit; Tomo 2, págs. 150-151.
(14) D. R. Sánchez. "Historia de Don Carlos y los principales sucesos de
la Guerra Civil de España. Imp. de Tomás Aguado y Compañía. Madrid,
1844. Tomo I. Pág. 313.
(15) Javier de Burgos. "Anales del Reinado de Isabel II. Obra postuma".
Est. Tipográfico de Mellado. Madrid, 1851. Tomo IV. Pág. 99.
(16) "Eco del Comercio", 11 de septiembre de 1837.
(17) Barón Guillermo Von Rahden. "Andanzas de un veterano de la Guerra
de España (1833-1840)". Prólogo, traducción y notas José María Azcona y
Díaz de Rada. Institución Príncipe de Viana. Diputación Foral de
Navarra. Pamplona, 1965. Pág. 159.
(18) Manuela Asensio Rubio. "El Carlismo en Castilla La-Mancha
(1833-1875). Biblioteca Añil. Editorial ALMUD. Ciudad Real, 2011. Pág.
87.
(19) Alfonso Bullón de Mendoza. “La Primera Guerra Carlista”. Ed. Actas, Madrid, 1992, pág.313.
(20) A. Bullón de Mendoza, op. cit; pág. 315.
(21) Román Oyarzun. "Historia del Carlismo". Ed. facsímil. Editorial Maxtor. Valladolid, 2008. Pág. 111.
(22) A. Pirala, op. cit; tomo 3, págs. 109-110.
(23) A. Bullón de Mendoza, op. cit; pág. 335.
(24) A. Pirala, op. cit; tomo 3, pág. 111.
(25) Algunos destacados jefes de partidas carlistas a los que hacemos
aquí referencia fueron "Orejita", Calvente, Revenga, “el feo de
Buendía”, Juan Calderón, “Bailando”, Giner, González alias “Gil”,
“Cuentacuentos”, “Matalauva”, “el Apañado”, “Cuatrocuartos”, “el Bombi”,
“Sin Penas” o “Chaleco”.
(26) "Historia General de España, la compuesta, enmendada y añadida por
el Padre Mariana, con la continuación de Minana completada con todos los
sucesos que comprenden el escrito clásico sobre el Reinado de Carlos
III, por el conde de Floridablanca, la historia de su levantamiento,
guerra y revolución, por el conde de Toreno, y la contemporánea hasta
nuestros días por Eduardo Chao". Biblioteca Ilustrada de Gaspar y Roig.
imprenta y librería de Gaspar y Roig, editores. Madrid, 1853. tomo III.
Pág. 412.
(27) "Eco del Comercio", 4 de septiembre de 1838.
(28) A. Bullón de Mendoza apunta que este nombramiento se debió a los
celos despertados en Espartero ante los éxitos cosechados por Narváez en
La Mancha.
(29) En febrero de 1836 Nogueras había dado la orden de fusilamiento de
la madre de Cabrera, Dña. María Griñó, que se consumó el día 16 de
febrero, en Tortosa.
(30) A. Pirala, op. cit; tomo 3, pág.118
(31) Narváez llevó consigo a su ejército, haciéndolo desfilar frente al
Palacio Real de Madrid el 10 de octubre, y siendo recompensado con la
Cruz Laureada de San Fernando por la formación y organización del cuerpo
de reserva y la pacificación de la Mancha.
(32) A. Pirala, op. cit; tomo 3, pág. 187.
(33) A. Bullón de Mendoza, op. cit; pág. 384.
(34) A. Pirala, op. cit; tomo 3. pág. 115.
(35) Creemos no es demasiado arriesgada la hipótesis que el estandarte
aquí publicado fuera cogido por los liberales en esta acción, ya que un
mes después, el 16 de enero de 1839 fue remitida a la Real Basílica de
Atocha como destacado trofeo de guerra.
(36) Como figura en su catalogación, el estandarte fue remitido a la
Real Basílica de Atocha por el capitán general de Castilla la Nueva con
fecha de 16 de enero de 1839.
(37) A. Pirala, op. cit; tomo 3, pág.116.
(38) Pascual Madoz. "Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de
España y sus posesiones en Ultramar". Imp. D. José Rojas. Madrid, 1848.
Tomo XI. Pág. 11.
(39) Vicente Rugero tuvo siete hijos, de los que conocemos los nombres
de Zacarías, Luciano, Francisca y Dolores, por cierto éstas dos últimas
sufrieron prisión ordenada por las autoridades liberales como método
coercitivo contra su padre; la hija mayor contrajo matrimonio en la
cárcel con un mozo labrazor que también se encontraba recluso. Datos
obtenidos de la obra de Manuela Asensio Rubio.
(40) "Panorama Español, Crónica contemporánea. Obra pintoresca", por
"Una reunión de amigos Colaboradores". Imprenta del Panorama Español.
Madrid, 1845. Tomo IV Pág. 145.
(41) “Breve reseña que el Ayuntamiento de la Muy Noble, Leal y Antigua
Villa de Orgaz hace de las víctimas inmoladas por la facción Palillos el
día 25 de Febrero del año 1839”.- Toledo. Imprenta Escuela Tipográfica y
Encuadernación Colegio de María Cristina. 1906.
(42) A. Pirala, op. cit; tomo 3, pág. 265.
(43) A. Pirala, op. cit; tomo 3, pág. 290.
(44) "El Labriego", en su nº 37, correspondiente al 15 de agosto de
1840, publica en su página 261 la noticia: "Se asegura que el jeneral
(sic) don Trinidad Balboa ha desaparecido de Madrid donde parece había
órden de prenderle á consecuencia de la causa formada por el tribunal de
guerra y marina, sobre su mando en la Mancha. A estas horas se le
supone ya en Gibraltar".
El periódico político "El Labriego" fue fundado en 1840, dirigido por D.
José García de Villalta e impreso en Madrid por Francisco de P.
Mellado.
(45) Tal y como ya había ocurrido antes con María Griñó, madre del
general Cabrera y la posterior represalia de éste sentenciando a la pena
capital a otras cuatro señoras en los tristemente recordados
fusilamientos de Valderrobles.
(46) Máximo García López. "Diario de un médico, con los hechos más
notables ocurridos durante la última guerra civil en las provincias de
Toledo y Ciudad Real”, Madrid, Imp. T. Aguado, 1847, 2 volúmenes.
(47) A. Bullón de Mendoza, op. cit; pág. 336.
(48) Se firmó el convenio de Vergara el 31 de agosto de 1839.
(49) A. Pirala, op. cit; tomo 3, pág. 291.
(50) En contraposición al bando publicado el 25 de agosto en el que
prometía duras penas para los carlistas y para los que los apoyasen.
(51) A. Pirala, op. cit; tomo 3. Pág. 292
(52) Enrique Roldán. "Estado Mayor General Carlista en las Tres Guerras
del Siglo XIX". Actas Editorial. Colección Luis Hernando de Larramendi.
Madrid, 1998. Pág. 92.
(53) Manuela Asensio Rubio, op. cit; pág. 91.
(54) Manuel González Simancas. "Banderas y Estandartes del Museo de
Inválidos. Su Historia y Descripción". Sucesores de Rivadeneyra. Madrid,
1909. Pág. 146.
Desapareció del Museo de Inválidos de Atocha, sin saberse cómo, entre
los años 1839 -cuando ingresa- y 1843 -el inventario realizado en ese
último año ya no lo menciona-. Reapareció en el Museo de Recuerdos
Históricos de Pamplona abierto en 1940, para pasar a formar parte de la
colección Baleztena al cierre de éste en 1965.
El “Semanario Pintoresco Español”, en su número de 21 de abril de 1839,
da noticia de la reciente creación por del “Museo de Banderas” en
Atocha: “El antiguo y venerable templo de Nuestra Señora de Atocha
dignamente restaurado y enriquecido con sus preciosos altares y hermosos
cuadros, se halla de nuevo restituido al culto, y en su principal trono
está ya colocada la celebrada Imagen, objeto de veneración del pueblo
madrileño. Campean gallardamente dispuestas en los machones de la
fábrica las gloriosas banderas, trofeos de las antiguas glorias
nacionales; el pendón inmortal de don Juan de Austria, los de las
órdenes militares, los de los tercios flamencos, y los tenidos en otro
tiempo en la superficie de los mares. Allí como estímulo de gloria y de
virtud, como tributo de reconocimiento al Dios de los ejércitos, reposan
aquellas brillantes páginas de nuestra historia nacional, custodiadas
por los que con su propia sangre escribieron en ellas algunas líneas
más; y allí, en la casa del Altísimo, un pueblo entero presta el
homenaje de su adoración al que dispone las victorias y premia los altos
hechos de valor y patriotismo”.
(55) Debido a que en su acta de ingreso en Atocha, fechada el 16 de
enero de 1839, se describe como "Estandarte dedicado á la Virgen de los
Dolores", es obvio que en el espacio central que está rodeado por la
leyenda “A D. CARLOS V. DEFENSOR DE LA RELIJION Y LA LEJITIMIDAD” -donde
se observa un cerco producido por puntadas de aguja que mide 27 x 19
cm-, iba cosida al paño una imagen de la Virgen de los Dolores. Lo que
desconocemos es su iconografía exacta, ya que a la Dolorosa se le ha
representado de múltiples maneras, y el tipo de soporte empleado.
(56) Lleva el estandarte prendido en su tela una etiqueta del
desaparecido Museo de Recuerdos Históricos de Pamplona –donde estuvo
expuesto en la denominada “Sala de la Legitimidad” (Dolores Baleztena,
“Museo Histórico de Pamplona”, pág. 16)- con el texto manuscrito
“Bandera de Carlos V. "Defensa de la Religión y de la Legitimidad"
1834”, lo cual nos conduce irremediablemente a la conclusión que en ese
Museo no supieron catalogarlo correctamente, no vinculándolo con la
Partida de Palillos.
Fue este vexilo estudiado por vez primera por Luis Sorando, quien
cotejando el estandarte y sus características con el libro-catálogo
"Banderas y Estandartes del Museo de Inválidos. Su Historia y
Descripción" (1909), descubrió que se trataba del estandarte de la
Partida de Palillos, y así fue publicado en un trabajo conjunto con
Ramón Guirao Larrañaga que llevaba por título "Banderas Carlistas de la
Primera Guerra (1833-1840)" en "Aportes. Revista de Historia
Contemporánea" en su nº 25, correspondiente a junio de 1994, en la que
estudiaban en forma somera este estandarte, incluyendo un dibujo del
mismo. Posteriormente fue incluido por Sorando en el catálogo editado
con motivo de la exposición comisariada por Alfonso Bullón de Mendoza,
"Las Guerras Carlistas", celebrada en el madrileño Museo de la Ciudad
(mayo-junio de 2004).